Objetivos del Año Jubilar

No podemos olvidar que este Año Jubilar no es un fin en sí mismo, sino que es un medio que nos ofrece el Espíritu Santo para acercarnos aún más a Dios, haciendo nuestras las actitudes de servicio, caridad y esperanza de la Virgen. Y así, deben resonar en nuestros corazones las palabras de nuestro Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: "Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor»". Este debe ser el objetivo de este Jubileo: que seamos capaces de dejarnos encontrar por el Señor y recordar a todos que nadie queda fuera de esta invitación y de este encuentro; y que María, la Virgen de la Esperanza, es signo de esta cercanía y de este amor de Dios para con nosotros.

Todos los cultos y actividades que se organicen con motivo de este Jubileo han de ser con el objetivo de llevarnos y acercarnos a Dios, por medio de los Sacramentos, especialmente de la Reconciliación y de la Eucaristía, de la escucha de la Palabra, del encuentro festivo con los hermanos y del ejercicio de la caridad. Poniendo en el centro del Jubileo a todos, especialmente a los más necesitados de alegría y de esperanza, estaremos llenando de sentido este acontecimiento singular que va a vivir nuestra Hermandad, ya que es la única forma de que Cristo ocupe el centro de la Hermandad, del Jubileo y de toda nuestra vida.

Y este Año Jubilar ha de ser sobre todo la ocasión en que mostremos al mundo la razón de nuestra esperanza: Cristo resucitado. Por ello, la puerta siempre abierta de nuestra Capilla debe ser el signo de esta esperanza y de nuestra tarea de mensajeros y testigos de la esperanza: está abierta no sólo para que todos entren, también para que nosotros salgamos al encuentro de nuestros hermanos, especialmente los más alejados, y poder ser así una Hermandad en salida, en una Iglesia en salida, como no se cansa de pedirnos nuestro Papa Francisco.

Pero esta puerta abierta de nuestra ermita ha de ser un reflejo de los corazones abiertos de todos; la puerta abierta de la ermita ha de tener su correspondencia en la actitud abierta, acogedora e integradora de toda la Cofradía, que debe así intentar que la gracia, alegría y esperanza de este Jubileo llegue a todos, especialmente a los más necesitados de esperanza de nuestro mundo.

Verdaderamente la celebración de este Año Jubilar en nuestra Archidiócesis es un acontecimiento de grandísima importancia, un hito en la varias veces centenaria historia de nuestra Cofradía, un gran regalo que toda la Iglesia, con el Papa y nuestro Arzobispo a la cabeza, ponen en nuestras manos. Por ello, todos debemos de trabajar para conseguir que el mayor número de personas pueda beneficiarse de las gracias espirituales de este Jubileo; este gran acontecimiento, regalo del Señor a nuestra diócesis, ha de ser aprovechado al máximo para experimentar personal y comunitariamente la gracia y la alegría del amor y de la misericordia de Dios. Por ello, lo peor que puede pasarnos es no aprovechar totalmente todo lo que el Espíritu Santo quiere hacer en nosotros y con nosotros, con motivo de este Año Jubilar, recuerdo y actualización de todos los beneficios espirituales que durante estos siglos de devoción nos han sido concedidos por el Padre mediante la intercesión de la Virgen María. La indiferencia, la desgana y la omisión, son pecados contra la esperanza, por lo que tenemos que aprovechar al máximo lo que se nos ofrece en este Año Santo, para que el paso del Señor por nuestra vida y por nuestra Archidiócesis deje la mayor huella de conversión, alegría y esperanza en nuestros corazones. La Cofradía debe ser consciente de la necesidad del trabajo y de la ilusión de todos para poder conseguir los objetivos de santificación y conversión del Jubileo, por medio de la imitación de las virtudes de la Virgen María, de la escucha de la Palabra y de la vivencia frecuente de los Sacramentos.

En definitiva, el Año Jubilar Vicentino es un acontecimiento único e irrepetible que no tiene otro objetivo que acercarnos a Dios y a los hermanos de la mano de nuestro patrón, San Vicente Ferrer.

Que San Vicente nos ayude a aprovechar todo lo que vamos a vivir en este Jubileo para que podamos llenar de esperanza y transformar nuestro corazón y el mundo entero.